Había una vez un precioso jardín que tenía hermosos árboles frutales y
bellos rosales, muy felices de ser lo que eran.
Solamente un árbol estaba muy triste porque tenía un problema: no sabía
quién era.
- Te falta concentración, amigo mío -le dijo el manzano-, pero si te lo
propones, podrás hacer unas manzanas buenísimas. Es muy fácil.
- ¡Oye! ¡No le hagas caso, a éste! -le dijo el rosal-. Es mucho más sencillo
hacer rosas y, además, son mucho más bonitas.
El roble, desesperado, intentaba hacer todo lo que le decían las otras
plantas del jardín pero, al no conseguir ser como los demás, cada día se sentía
más frustrado.
Un día se le acercó un búho, que es el animal más sabio de bosques y
jardines, y al ver su desesperación le dijo:
- No te preocupes, tu problema no es grave. Es el mismo problema que tienen
muchos de los seres de la tierra. Yo te daré la solución: no dediques tu vida a
ser aquello que los demás quieren que seas, sé tú mismo, conócete a ti mismo y,
para conseguirlo, escucha tu voz interior.
Una vez dicho esto, el búho se fue.
- ¿Mi voz interior? ¿Ser yo mismo? ¿Conocerme? -se preguntaba el árbol
desesperado.
Entonces decidió cerrar sus oídos y abrir su corazón. En aquel instante oyó
su voz interior que le decía:
- Tú nunca podrás dar manzanas porque no eres un manzano, ni podrás hacer
rosas porque no eres un rosal. Tú eres un roble y tu destino es crecer alto y
fuerte. Has venido a este mundo para dar cobijo a los pájaros, sombra a los
viajeros y belleza al paisaje. Tienes una misión. ¡Cúmplela!
Y el árbol se sintió fuerte y seguro de sí mismo y se dispuso a ser todo
aquello para lo que estaba destinado. De este modo, muy pronto llenó su espacio
y fue respetado y admirado por todos.
A partir de aquel momento, el jardín fue completamente feliz.
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