Hoy voy a tomarme la licencia de contarte una anécdota personal. Esta mañana, mientras preparaba con Rosa los artículos para publicar en este blog, me ha venido a la memoria una anécdota que me sucedió hace tiempo, cuando mi hijo mayor tenía ocho años.
- ¡Mamá! Hoy la maestra nos ha explicado que algunas empresas que fabrican zapatillas deportivas utilizan a los niños en sus fábricas para trabajar. Nos ha dicho que éstas se aprovechan de la pobreza que viven algunos países en los que los niños tienen que trabajar.
¿Es eso verdad, mamá?
- Lamentablemente, sí, hijo. – Le respondí- Los padres y las madres de estos niños no ganan suficiente dinero para poder mantener sus familias y…
Jorge no me dejó terminar la frase:
- ¡Mamá! ¡No voy a comprarme nunca unas zapatillas deportivas de estas marcas!
Tan sólo habían transcurrido dos días desde que mantuvimos aquella conversación, cuando Jorge me pidió que le comprara unas zapatillas deportivas carísimas, de marca. Cuando le comenté que esas en concreto no se las iba a comprar porque costaban muchísimo dinero; él me soltó:
- Mira, mamá. Las necesito. Qué no ves que las que llevo ya se me han quedado pequeñas y no puedo andar bien con ellas.
- Bueno, hijo, entonces está claro que estás algo confundido. Tú deseas esa marca en concreto, pero lo que en realidad necesitas son unas buenas zapatillas deportivas.
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